El voluntario del Programa de Educación para la Paz (PEP), Chip Presendorfer, nos relata los pasos que han dado él y un perseverante grupo de personas para presentar el programa en la cárcel del condado de Berks, Pensilvania. En la actualidad el grupo trabaja en la preparación de un segundo programa en esta cárcel del condado. Esta es la segunda parte de la historia.
El 2 de agosto dos equipos del PEP se reunieron con el coordinador de voluntarios en la cárcel del condado de Berks, para comprobar la sala y confirmar la fecha de comienzo; el 9 de agosto. La clase seleccionada tiene capacidad para 20 estudiantes y 17 internos asistieron al primer taller en esa fecha.
Después de que los asistentes tomaran asiento, les comenté que íbamos a ver un video que explica el contenido de los talleres. Desde el comienzo, todas las miradas estaban puestas en la pantalla. Les resultaron familiares las imágenes que aparecían ya que eran escenas de una cárcel y las entrevistas a otros reclusos llamaron su atención.
Pasé lista nombrándoles uno a uno y asegurándome de pronunciar bien sus nombres. Antes de comenzar la proyección, les agradecí su asistencia y les comenté que la información estaba dirigida a ellos como seres humanos. Les pedí que intentaran no hacer comparaciones con lo escuchado anteriormente.
La clase se desarrolló con fluidez, aunque a algunos les resultó difícil mantener la concentración durante los videos más largos. Algo habitual, según me habían anticipado otros voluntarios del PEP más experimentados, así como que, con el tiempo, los asistentes se sentirían más confiados para exponer sus preguntas y razonamientos.
Antes de darnos cuenta, la clase había concluido. Tras colocar de nuevo las sillas y mesas en su posición original, los internos formaron un círculo en la habitación. El ambiente estaba más distendido y un hombre me preguntó si una persona sin conciencia podía encontrar la paz interior. Le contesté que se trataba de dos conceptos distintos; la consciencia permite el reconocimiento de la existencia y la conciencia nos ayuda a discernir lo correcto de lo incorrecto. Le dije que no creía que una persona sin conciencia pudiera buscar la paz interior, pero que no lo sabía. Agradeció mi honestidad y me confesó que intentaba parecer inteligente y comprobar que no le tomaba el pelo. Le contesté que yo también intentaba pasar por listo, y eso hizo reír a varios de los presentes. Fue la primera vez que sentí haber conectado en el plano personal.
Mis compañeros voluntarios me habían hecho una pequeña sugerencia: es importante conectar personalmente con los internos sin involucrarse demasiado. Esta sugerencia tenía mucho sentido para mí. A los estudiantes no tenía qué gustarles como persona, pero debían saber que nuestra relación era entre seres humanos, no entre reclusos y monitores. Esta es una linea fina, pero que tiene una base sólida para los monitores. Si respetamos a estas personas, existe una alta probabilidad de que ellos nos respeten también y se sientan cómodos para compartir sus pensamientos. No siento que mi sitio sea el de sonsacar a los estudiantes, sino el de fomentar un ambiente que les permita sincerarse si lo desean.
La posibilidad de salir de la cárcel hizo que me diera cuenta de lo afortunado que soy y del privilegio que tengo de ser capaz de tomar mis propias decisiones en el día a día. De vuelta a casa, alguien me preguntó cómo me sentía y le contesté: «Aliviado y con curiosidad». Aliviado por haber roto el hielo y tener una idea de las necesidades de los próximos talleres, y con curiosidad por saber quiénes van a regresar.
Después de la primera clase, tenemos muchas por delante. Esto no es una maratón ni un esprín, y una vela encendida puede encender cientos de ellas. Estamos en el camino, y doy gracias. Mirando hacia atrás, empezar el programa ha supuesto un gran esfuerzo, pero el viaje tan solo ha comenzado y el mayor esfuerzo está por llegar.











