En Chile, tuvimos la oportunidad de ver vídeos que contenían material de diferentes talleres del PEP alrededor del mundo: de universidades, cárceles, centros de salud, grupos de veteranos, centros de mayores y otros. Ese fin de semana abordamos muchos temas. Algo realmente importante que descubrimos sobre el trabajo en equipo fue que eliminar las barreras del corazón es la clave del éxito.
Con la experiencia adquirida, me sentí con fuerzas para para impartir un cursillo de capacitación en Lima, que comenzaría a las 9 de la mañana. Llegué al lugar a las 8 para preparar los materiales y, media hora después, una mujer y su hija de 25 años fueron las primeras en llegar. Les di la bienvenida y les pregunté si iban a asistir a la reunión. Desconocían de qué se trataba, habían recibido el e-mail de un amigo con información sobre la educación para la paz. Nunca habían oído hablar de Prem Rawat.
Eso hizo que me preocupara un poco ya que nuestra agenda estaba muy apretada. Al igual que en Chile, habíamos quedado para hablar sobre los roles y responsabilidades de los voluntarios del PEP, encontrar nuevos perfiles y participar en las «reflexiones» sobre las experiencias de cada uno durante el cursillo. Estaba preocupada de que la madre y la hija se sintieran abrumadas con tantos datos.
Les expliqué más en profundidad sobre Prem Rawat, su labor, sobre el Programa de Educación para la Paz y acerca de los temas que abordaríamos los siguientes dos días. Les pregunté: «¿Comprendéis y os sentís cómodas en la reunión?».
Y sí… se sentaron en las primeras filas. A las 9 de la mañana la sala estaba a rebosar. La audiencia era distinta a la de Chile. Algunos de los asistentes vinieron porque querían ser estudiantes del PEP. Ese día vimos varios vídeos de Prem Rawat hablando sobre la belleza de la existencia: «Tienes la capacidad de ir del océano de las preguntas al océano de las respuestas… de la oscuridad de la ignorancia al ámbito de la claridad y del conocimiento».
Tanto la madre como la hija tomaron numerosas notas y derramaron algunas lágrimas. La madre me dijo: «Para mí, el haber estado aquí ha sido un milagro. En mi vida y en la de mi hija han habido momentos de depresión. No puedes ni imaginarte lo desesperada que me encontraba. No tenía esperanza».
Sus ojos brillaban mientras sonreía. «Me encantó su mensaje, él es tan simple. Tengo mucho que agradecer, y me gustaría impartir este curso en otros lugares. ¿Puedes ir a un sitio muy pobre, muy lejos de aquí?».
«Podemos ir hasta el último rincón —le dije—, pero primero disfrútalo tú y, cuando hayas recuperado las fuerzas, veremos qué ocurre. Mañana, al acabar el cursillo, te enviaré algunos vídeos».
«¿Cuánto cuestan?», preguntó.
«Nada, será un regalo para ti».
El domingo, madre e hija regresaron, fueron las primeras en llegar.
He tenido la suerte de ser testigo del cambio que ha producido el Programa de Educación para la Paz en aquellos que asisten al curso. La forma en la que esas personas llegaron resulta asombrosa, nunca había visto nada parecido. El siguiente será un curso de capacitación en Bolivia. Intentaré no crearme expectativas, pero algo es seguro: podemos tener confianza en el contenido de los vídeos.











