Foto: «The Rain of Light» por Salvo Passarello
Tony Cobb, un interno de la Institución Correccional Everglades en Miami, Florida, explica que los talleres del Programa de Educación para la Paz (PEP) se han convertido en lo más preciado de su vida. Ha participado durante casi seis meses y, actualmente, asiste al PEP 3. Tony se prepara para los talleres durante la semana; reflexionando y escribiendo sobre su experiencia.
Desde que tengo memoria, nunca recibí un abrazo acompañado de un «te quiero». Ya sabes, de los que te tocan por dentro, que te hacen sentir que bailas con tu propia música. Cuando tenía 10 años, me di cuenta de que mi madre solo me abrazaba cuando se tomaban fotos.
Una calurosa mañana de verano, mi madre, mi hermano y yo estábamos en nuestro patio delantero. Mi hermana, Helen, salió con la cámara y dijo: «Vamos a tomarnos una foto».
Salimos a la calle y me paré a la izquierda de mi madre, y mi hermano a su derecha. Me incliné hacia ella porque no sabía si esta escena se volvería a repetir. Estos abrazos solo se daban dos o tres veces al año. Entonces, como un frío día de invierno en Miami, se irían rápidamente: se acabaron las fotos y los abrazos.
A los 16 años, empecé a buscar amor y afecto en las duras y frías calles. Las drogas y el alcohol se convirtieron en parte de mi mundo, un mundo donde reside la desolación emocional y que me hacía sentir aislado y olvidado, como la indumentaria de un difunto.
Mi corazón era como la mano de un joyero; ofrecía mi amor en lugares desconocidos y extraños, ignorando los peligros que acechaban y el vacío que se apoderaba de mí. Esto me dejó desorientado y desprovisto de cualquier rasgo humano. Mi apego a todos los que conocí se basaba en la esperanza de recibir de ellos el amor que tanto deseaba de mi madre.
En febrero de 1991, mi huida personal terminó. Me arrestaron y me quedé solo conmigo mismo. No más drogas, no más alcohol y no más supuestos amigos.
Tuve que afrontar el abuso que me marcó y la ignorancia de no saber quién era yo. Me trasladaron de una prisión a otra; coincidiendo con otros hombres que también estaban rotos, desprovistos de la paz y el amor de la familia o de cualquier otra alma.
Durante 22 de los 28 años que he estado encarcelado, encontré la alegría y el consuelo ayudando a los demás a encontrar un sentido a sus vidas. Mientras tanto, me dolía no recibir el amor de otra alma humana.
El abuso físico, psicológico y emocional de mi padrastro se convirtió en el ancla que obstaculizó la visión de mi propia humanidad. Fui esclavo de las ideas aberrantes de un monstruo. ¿Ha estado alguien tan profundamente sepultado alguna vez?
Más tarde conocí a Lucy, Jodi, Jeff y Ted, coordinadores del Programa de Educación para la Paz. Estos bondadosos seres humanos me presentaron el proceso de paz interior de Prem Rawat y, por primera vez en mi vida, me di cuenta de que el amor que estaba buscando siempre había estado dentro de mí. Podría amarme de verdad y abrazarme a través de mi propia voz, de mis propios escritos y en mis propios términos.
Este sentimiento de alegría que experimento ahora es como cuando presencias una puesta de sol por primera vez, o el primer beso de alguien que te abraza sinceramente, la expresión del verdadero amor. La vela encendida que ilumina a la humanidad. A esto, le doy mi rosa. Gracias.
La experiencia de Tony con el programa le ha inspirado a escribir poesía y le gustaría compartirla con ustedes.
«ESPERANZA»
Por Tony Cobb
Soy una lámpara especial,
iluminada con el propósito de alcanzar mi máximo potencial y posibilidades ahora mismo,
en este aliento,
independientemente de lo que sucede afuera.
Tengo una dulce y hermosa realidad esperando a ser descubierta en mi interior.
Ahora avanzo con conocimiento, con la libertad de hacer las cosas con claridad.
Qué misión. ¡El destructor de las dudas!
El entendimiento de que Tony debe tomar la mejor decisión cada día
para determinar este momento.
He cambiado mi paradigma y he permitido que la esperanza alimente mi conciencia.
Ahora uso mis recursos internos para escribir mi propia historia.
Qué plan maestro.
Soy único, importante.
Nadie reemplazará la huella de mi vida.
¿Qué hay en mi pantalla?
¿Qué estoy proyectando a todo el mundo?
Creo en lo que hago. Entiendo lo que hago.
La claridad ha llegado. ¡Sujétate el sombrero!
